Finalmente, la tercera parte.  

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Ya terminé la tercera y última parte de mi relato "Los Espejos de Hiriom", me tomo un largo rato pero aquí está, disfruten el final.

Los viajeros de Audurmare
Nosotros somos los viajeros de Audurmare, los que no encontramos reposo. Ellos son los viajeros de Audurmare, los que buscan la nada y no la encuentran. Ustedes son los viajeros de Audurmare, los susurrantes del crepúsculo.
El mar, ah, el mar. El mar de Audurmare, el mar que no tiene lugar. Es este el hogar de los viajeros que susurran al crepúsculo. Navegan entre sus olas, que cantan constantemente, cuyo estruendo hace armonía con su murmullo, su ritmo cuasi caótico esconde el mayor de los órdenes. Audurmare es el nombre que los viajeros le han dado a la extensión de agua sin costas, cuyas profundidades son inalcanzables. Pero Audurmare no solo es el mar de abajo, es también el mar de arriba, donde nadan aves en el aire, y flotan nubes sumergidas en el viento. Las nubes pasan impasibles bajo el cielo de zafiro, ajenas al ajetreo de abajo, envueltas en sus propias guerras y paces. Nacen y mueren en sus perpetuas búsquedas de sus seres, se revuelven en sí mismas, buscando su ser. Bajo el cielo de zafiro pasan las nubes, en lo alto en lo alto. Uno es el mar de abajo, sus olas nacen en sus profundidades y crecen en su superficie. El mar se revuelve en sí mismo, es libre en su calma y en su agitación, ama por igual la tranquilidad de sus aguas y el estruendo de sus maremotos. Se miran, cara a cara, se saben libres, se ven independientes. Se besan, se entremezclan uno son, pero diferentes. Es entonces el Audurmare el camino de los viajeros. A la mayoría les complace viajar en veleros ligeros, aunque hay también los que prefieren grandes navíos. Ellos no conocen las costas, nunca las verán, ni las han visto. De estos viajeros he visto dos tipos, hay los que navegan gustosos sobre el mar y en las alturas, pero también hay los que se sienten más cómodos bajo la superficie del mar, y unos cuantos brincan de un lado a otro. Su mar infinito es su hogar, que existe solo en el crepúsculo, una tarde imperecedera es el tiempo de los navegantes de Audurmare. Su océano se halla suspendido entre las palabras y las ideas, de la nota al sonido, desde el oleo al color. Una gota de rocío les es vasta más que un mar y navegan con gusto a sus anchas en las gotas de lluvia. Se congregan en los charcos cuando una gota ocasional expande su onda sobre el espejo de sus aguas. Ellos mismos no son capaces de recordar quién fue el primero de ellos, pues un abismo les separa de la respuesta. Sin embargo saben que hacen una cosa desde aquel primer navegante. Susurran al crepúsculo, si crepúsculo que no pasa ni decae. Solo susurrando, su susurrar se hace eco en el pasillo blanco sin fin. Pueden gritar, pueden clamar, hablan y cantan, pero solo susurrándole al crepúsculo son oídos en el pasillo, lejanos, vagos, casi imperceptibles.

No logro recordar cuando fue que entré en este pasillo, de hecho es lo único que recuerdo, que estoy aquí. Blanco, completamente inexpresivo, saben, apreciaría bastante que hubiera sombras aquí, o que estuviera sucio, no lo sé, pero este blanco inmaculado, inexpresivo entra por mis ojos y quiere llegar a mi mente. Quisiera cerrar mis ojos, mantener fuera este blanco que es tan negro por dentro, alejarme de todo esto. Porque lo detesto tanto, a todos los demás en el pasillo parece gustarles, caminan hacia adelante, nunca paran, siempre continúan. Algunos van en dirección contraria a la mía, otros van conmigo. De cuando en cuando, alguno cambia de dirección, en realidad esto no es gran cosa ya que el pasillo corre de atrás hacia adelante en la misma dirección que de adelante para atrás. Una vez, me detuve a hablar con un señor en harapos, que se había cansado y se sentó. Me dijo que en cuanto recobrara sus fuerzas continuaría, y que yo no debía detenerme. Por un momento me sentí en confianza, y le pregunté si no sería interesante saber que hay detrás de las puertas del pasillo. El pasillo está plagado de puertas, una tras otra a intervalos irregulares. Algunas son de madera, otras de metal y de otros tantos materiales, pero si algo tienen en común es que no se puede ver lo que hay detrás. El harapiento me regañó, y la gente se apartó de mí un buen rato hasta que olvidaron el suceso. Nadie ha abierto una puerta, nadie quiere abrirlas porque no saben lo que habrá detrás. Solo nos limitamos a seguir adelante, porque, bueno, el pasillo debe tener algún final, ¿no? Pero hoy es el gran día, hoy he escuchado un susurro que viene detrás de una puerta, es pequeña y no muy bonita, pero oí algo detrás de ella. Me detuve inmediatamente cuando escuche el susurro lejano, apenas y lo escuche por un instante, pero estoy seguro, hoy abriré la puerta y entraré.
Detrás de la puerta de madera astillada, pintada de un blanco que se cae en escamas, me esperaba un campo verde, con árboles de manzanas rojas como la grana. Entré y la puerta se cerró tras de mí, sus bordes de desvanecían al momento y detrás de ella no vi más que el horizonte y el campo. Una gaviota paso volando sobre mí, hacia la costa. La arena llegaba hasta donde el mar la bañaba, una línea siempre cambiante. El rugido de las olas retumbaba a lo largo de la costa hasta que llegó a una cueva en la playa de arena clara. El mar entraba a la cueva, parecía más bien un túnel por donde el mar entraba tierra adentro. El techo estaba húmedo y una gota de agua cayó al agua. Una sola nota se escucho, un tono agudo pero claro, en las playas de arena clara. El arpa tenía mil cuerdas. Una diestra mano la manejaba, tañendo sin parar. La orquesta ejecutaba un movimiento espectacular. Los violines y las flautas, y una miríada de instrumentos tocaban sin parar frente a mí. Me senté al momento embelesado, tratando de agarrar y estrujar con fuerza cada nota, cada armonía, cada timbre y tono. El concierto seguía, a pesar de que me había subido sin permiso a la tarima. Di media vuelta, el director de la orquesta me sonrió y continuó dirigiendo.

Este es el final de mi relato, disfrute mucho escribiendolo, y me siento complacido por haberlo terminado. Ahora no me queda más que seguir escribiendo mucho y estudiar más todavía, y yo que creía que iba a poder descanzar en vacaciones.

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1 comentarios

Toño, es como un sueño, los cambios de escenario, siempre escenarios infinitos... Me sorprende que trates temas tan Borgianos cuando no has leído a Jorge Luis. Hazlo, sé que te gustará.

Las tres partes de Los Espejos de Hiriom podrían ser un gran tema para un tríptico muralista o algo así... ¿Cómo andas en artes plásticas? Creo que ambos deberíamos ser más creativos en cuanto a lo visual. Me gusta pensar en el arte como un todo, no como disciplinas separadas, aunque también soy muy afecta a la música absoluta. ¿Tú qué opinas?

9 de julio de 2008, 15:43

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