Esta es la segunda parte de tres de Los Espejos De Hiriom, espero les agrade, como siempre, son libres de comentar lo que quieran.
Ya no recuerdo el momento en que la luz se volvió azul mortecino. No la vi, sus dientes de perla, su boca de carbón. Me mordió en la muñeca, mi muñeca izquierda. Ni siquiera sentí un pinchazo, no lo noté, pero moría. Un escalofrío recorre mi antebrazo, se desliza por el codo, hasta el hombro, corre hasta mi cuello…
Pero no importa ya más, he escapado de su abrazo mortal. Una gota azul cae del cielo, llueve. Escucho caer las gotas, con su agudo sonido, constantes, a intervalos regulares. Las gotas del dosificador intravenoso hacen armonía con el vibrato permanente de los reguladores de voltaje llena la sala de espera del hospital. El blanco es inmaculado, las voces llegan, lejanas, distorsionadas. Me resulta imposible darles significado, pero siguen, aunque no pueda saber que me dicen. Me voy, me pierden, me alejo, no yo, mi pensamiento es el que se fuga, soy mi pensamiento. La luz blanca, cae del techo, inexpresiva, inmaculada, una veintena de lámparas cuelgan de largos hilos de acero, desde el techo, de tres pisos de alto. Camino entre la multitud, apenas puedo. A todo mi alrededor hay gente, no hay lugar para nadie más. “Porque usted nos interesa, a la defensa de su economía…” reza un enorme cartel del supermercado. Los estantes de anaqueles llegan hasta el techo, cientos y cientos de productos repartidos en laberínticas secciones. “Sea feliz, disfrute, el mejor producto para usted…” son anuncios que se repiten uniformemente a un solo eco sordo, hueco. Me siento muy cómodo en realidad, nadie me ve, sus ojos me miran, pero no estoy aquí, me siento seguro. “Nuestra nueva línea de productos, ya está a la venta. Alma, conciencia, arte, son algunos de nuestros nuevos y numerosos productos que tiene que conseguir. Usted los necesita, usted los requiere, y por eso, usted los tendrá.” Repetía un voceador fingiendo exclamación, hablando mecánicamente. Me indigné, me enfurecí, grité a todo lo que mis pulmones daban, “¡No lo compren, ya lo tienen! ¡Sean por sí mismos, no en otros! ¡Eso solo se pierde si creen que no lo tienen…!” La multitud frenética me rodeó, se abalanzaron sobre mí. Me rodearon, me cayeron encima, me taparon. Me asfixiaba la humedad de mil respiraciones, la oscuridad me rodeaba. Una luz grisácea muy tenue se coló por la entrada de la gruta. Sobre mí, largas y finas estalactitas de acero. Las grutas de Ulir, una extensa formación de acero puro inmersa en las montañas. No hay roca, solo acero, metal que fue fundido, el techo de la bóveda, a tres pisos sobre mí. La bóveda parece ser sostenida por columnas amorfas a espacios equidistantes. Todo es difuso, como un castillo de chocolate derritiéndose, una foto del instante. El ambiente me perturbó, las figuras borrosas, la incertidumbre, las sombras. Pero detrás de todo eso, escuche una voz. Me pregunté quién sería capaz de vivir aquí. Pero solo oí el eco de mi respiración repitiéndose innumerables veces, fundiéndose en el aire, empapando las paredes. Desde los extremos del mundo, todos los sonidos, por tenues que sean, por potentes que sean, siempre terminan sus camino, aquí, en las grutas de Ulir. Resuenan a un coro de incontables voces, chocando unas con otras, fundiéndose mezclándose, diferenciándose, cambiando, siempre cambiando. Una verdadera lluvia de palabras inconexas se precipitaba para formar un gran lago perpetuo del verbo, de la expresión del alma. Me adentré más y más en la cueva, tratando de encontrar la respuesta a la pregunta que no he formulado, que seguramente revolotea en alguna cámara, en algún rincón. Una voz me detuvo. “Mi nombre es Ilana, soy el pensamiento que baila.” Asombrado, voltee, detrás de mí, un lago, perdido en la gruta, en una amplia estancia de acero. Los ecos de palabras se convirtieron en ecos de luz, sus ondas rebotaban sobre el lago de la caverna. La voz prosiguió. “Los ecos de palabras de fuera llegan a mí a través de los eones. No tengo cuerpo, no muero, sin embargo soy. Durante milenios, los ecos de las voces, reflejos de los pensamientos individuales de sus autores, me fueron formando, con el tiempo, adquirí conciencia propia, y forma. Soy voz y canto, sin ataduras, Soy, pero sin tener ser. Yo bailo, sobre la faz de este lago, este espejo de agua. De un extremo a otro del mundo, me llegan los ecos todos, hasta mi casa, donde viven por siempre. Soy Ilana, el pensamiento que baila, me formo en todas las palabras pronunciadas, me dan ser, y yo, memoria y pensamiento. Soy sin tener ser…” El eco de su voz se prolongo hasta el infinito. Se escucho a todo lo largo y ancho del pasillo blanco que no tiene fin.
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on lunes, 23 de junio de 2008
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Mis Escritos
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En este blog escribo mis filosofadas, una que otra cosa que me parece interesante y otros sucesos de mi vida. El que lee es libre de comentar lo que quiera, excepto quizá Mota Boy... Bueno, a cualquier otra persona, invito a que comente.